¿Debemos amar la vida u odiarla?

Mucha gente está frustrada con la vida. En realidad, quieren amarla, pero mucho acerca de la naturaleza de este mundo aparentemente mantiene eso fuera de su alcance. ¿Lo están haciendo mal? ¿O estamos destinados a odiar la vida?

En 1 Pedro 3:10-11, el apóstol Pedro aconseja: “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala”. El deseo de amar la vida es correcto, y Pedro señala que debería motivarnos a vivir correctamente para “ver días buenos” y tener una vida digna de ser amada.

Es posible que nos sorprenda, pues, oír a otro escritor bíblico declarar por su propia experiencia: “Y aborrecí la vida, porque me era penosa la obra que se hace bajo el sol, pues todo es vanidad y correr tras el viento” (Eclesiastés 2:17, LBLA). Este autor también descarta con frialdad la idea de que la justicia proporciona una ventaja segura o duradera: “Todo esto he visto en los días de mi vanidad. Justo hay que perece por su justicia, y hay impío que por su maldad alarga sus días” (Eclesiastés 7:15). ¿Cómo podemos reconciliar estas dos perspectivas sobre la vida?

Vanidad bajo el sol

Debemos tener cuidado para entender los versículos en Eclesiastés citados anteriormente en su contexto. Una clave interpretativa esencial para el libro es la frase “bajo el sol”, la cual se encuentra no sólo en Eclesiastés 2:17 sino en varios lugares a lo largo del libro. En otras palabras, para los fines de su tratado, el escritor (o “Predicador”, Eclesiastés 1:1) adopta una perspectiva que se limita al mundo natural y persigue su pensamiento hasta su conclusión lógica. G. S. Hendry afirma que el predicador se dirige al “público en general cuya visión está limitada por los horizontes de este mundo; se encuentra con ellos en su propio terreno, y procede a convencerles de su vanidad inherente… Su libro es, de hecho, una crítica del secularismo y de la religión secularizada” (Kidner, El mensaje de Eclesiastés, p. 23).

Otro comentarista explica la lógica del predicador: “Donde él difiere de [los pensadores seculares] es en seguir esos pensamientos por mucho más de lo que les gustaría. Sendero tras sendero se explorará sin descanso hasta el punto en el que no llega a nada” (Derek Kidner). La gente del mundo a menudo se burla de la religión y trata de encontrar un significado en otras facetas de la vida. Pero después de que el escritor de Eclesiastés se sumerge en la búsqueda de realización propia, primero en la sabiduría humana, luego sucesivamente en el placer, los logros personales, las posesiones e incluso la “espiritualidad” para su propio beneficio mundano, se encuentra con enemigos tiránicos que privan a todas las actividades terrenales de todo valor final: el tiempo, la casualidad, el sistema cíclico de las cosas, la maldad de los seres humanos y, en última instancia, la muerte.

El simple hecho es que la vida, fuera de Dios, debe ser odiada. La propaganda de anuncios con caras sonrientes que actúan como si la vida fuera satisfactoria porque lo último que compraron o las vacaciones que tomaron o el libro de autoayuda que leyeron es una mentira. Es más probable que se aprecie la verdad leyendo los obituarios o visitando el hospicio. Cuanto antes odiemos la vida sin Dios, antes daremos el primer paso hacia una vida que puede ser amada.

La clave para amar la vida

La fe en Dios, entonces, es la clave para amar la vida. El predicador finalmente concluye esto, y sus pruebas de los fines del razonamiento secular y su vida confirman su fe (véase, por ejemplo, Eclesiastés 5:18-20). Tomar en cuenta a Dios transforma nuestra visión de esta vida, de modo que ya no es una búsqueda desesperada de algo satisfactorio y significativo (que no puede dar), y nos otorga la perspectiva necesaria de la eternidad y las cosas que más importan. Conocer a Dios nos permite aceptar las cosas buenas de la vida como un regalo de su mano, placenteras por un tiempo, pero nunca con la intención de satisfacer completamente. El Dador mismo es el que satisface nuestros espíritus.

Por lo tanto, Pedro tiene razón al llamarnos a la honestidad, la rectitud y la paz. Este es el camino de Dios, y buscarlo y agradarle es la única manera de amar finalmente la vida.

–Brigham Eubanks